La pintura de Enar Cruz nunca cansa, porque el espectador puede convivir con ella, sea intentando descifrar sus misterios, o descubriendo nuevos matices. Sus obras son trozos de diario, o trozos de vida, en el que conviven signos habituales como las espirales (el sentido del recorrido de la vida está siempre muy presente), palabras interrelacionadas (amor, pasión, silueta...) o improntas a modo de huellas de lo vivido. Pero es un diario que no nos habla del pasado, sino del presente. De la continúa búsqueda, de la continúa y obligada superación de los días. En palabras de su autora, su obra invita “a verse en un espejo en dónde la alegría, el dolor, las esperanzas, la fe, el desarraigo, la soledad, la meditación y la paz” nos son reflejadas.
Germán Borrachero
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